Yo tenía 8 años. Vivíamos en Túnez desde hacía 4, por el trabajo de mi padre. Era veterinario, en una época de masificación en las aulas (parecido a lo que pasa ahora, aunque no tanto) y con poca oferta de trabajo. Se enteró de un proyecto de cooperación bilateral con Túnez que ofertaba el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Si ahora los jóvenes son reacios a abandonar el cómodo hogar paterno, imaginaos hace cuarenta y tantos años…como él cumplía los requisitos y no se presentó más gente, le cogieron. Y allá que se fue con su mujer y sus dos hijos pequeños de 4 y 2 años.
Es cierto que era una aventura, porque estaba destinado en Kairouan, ciudad importante, con una mezquita imponente, pero no era la capital. Corría el año 1969 y nos encontrábamos en un país extraño, con un idioma desconocido para nosotros, sin familia, sin amigos…Por las mañanas muy temprano , mi padre nos dejaba para ir al campo a enseñar a los pastores, ganaderos y agricultores cómo optimizar los cultivos, los rebaños, organizar las cubriciones de las hembras en celo, las desparasitaciónes del ganado, en fin, todas labores de un veterinario especialista en producción animal.
Esa noche, como casi todas, volvió tarde y cansado. Pero era feliz, tenía esa expresión en la cara de haber hecho un buen trabajo, de haber disfrutado hasta la extenuación, de haber cumplido con creces. Nos contó lo que había hecho ese día, lo que tenía que hacer el siguiente, y que antes de acostarse debía preparar el rapport –entonces no había ordenadores- para pasar a limpio todas las notas del día y organizar el trabajo del personal a su cargo.
Ese fue el primer día que pensé en ser veterinario. No podía entender exactamente en qué consistía su trabajo, pero lo que estaba claro era que le encantaba y que era importante para los demás, que les ayudaba, les enseñaba a hacer mejor las cosas; y que era muy respetado y querido. Recuerdo muchas invitaciones a comer cordero con los ganaderos, con quienes teníamos el honor de compartir su comida familiar.
Fue una etapa preciosa que duró varios años, porque después del primer año en Kairouan le ofrecieron formar parte de un proyecto más ambicioso de la FAO (ONU). Debieron valorar su trabajo, y lo que iba a ser una pequeña aventura de uno o dos años se convirtió en 5 años en Túnez, uno en Mauritania, y dos etapas más en Argelia. Le ofrecieron seguir, pero esa es otra historia…
Y volvimos a España. Estuvo reciclándose para estar al mejor nivel posible en perros y gatos y abrió su consultorio, lo que hoy es Centauro veterinarios. Estábamos en el año 1976, y lo que hacía mi padre en aquella época era casi magia. La de los médicos rurales que, sin análisis, ni rayos X, ecógrafos, electrocardiógrafos, eran capaces de curar prácticamente todo, con el mérito añadido de que nuestros pacientes perrunos y gatunos no hablan (tampoco suelen mentir, o quejarse si no les duele).
Una noche, volviendo de la clínica, me contó que había palpado un abdomen y que había diagnosticado que el perro tenía un cuerpo extraño. Le operó y le sacó un calcetín…¿os imagináis cuántas pruebas serían necesarias en una persona antes de meterla en quirófano hoy día? Mi padre estaba tan feliz de haber resuelto literalmente “con sus manos” un caso tan complicado.
Ese día ya no tuve dudas: sería veterinario.
En memoria del Dr. Pedro Valera Lorenzo (1930-2005), fundador de Centauro Veterinarios.